City marketing II. Las ciudades en el marco de territorios reticulares.
Entroncando con la entrada anterior de nuestro blog “City marketing o marketing urbano, la ciudad como producto” seguimos desarrollando algunas ideas más relacionadas con esta materia.
Las ciudades constituyen una realidad compleja, a la par que multidimensional, en constante transformación. Esta mutabilidad deriva de la interacción de una multiplicidad de factores que intervienen en las mismas: la dimensión y la estructura de la población, su idiosincrasia, la evolución demográfica, las infraestructuras, las características territoriales y endógenas, la actividad económica y sus fuentes, el clima, el dinamismo empresarial, las manifestaciones culturales, el ecosistema de conocimiento y las plataformas de transferencia del mismo... son algunas de las muchas variables que las dotan de personalidad y las definen.
Pero explicar una ciudad, desde un prisma de marketing, no es tarea fácil, y más si la audiencia a la que se dirige tal explicación es foránea y los objetivos son favorecer la implantación de actividades productivas, la captación de inversiones y/o la atracción de talento, entre otros.
La primera dificultad con la que nos encontramos a la hora de estudiar una urbe, desde una perspectiva integral, más allá de la heterogeneidad de factores a contemplar, estriba en su propia delimitación territorial. Actualmente no se cuestiona la relevancia de las ciudades en nuestro actual contexto de economía globalizada, ya que son los espacios que determinan los factores clave para competir, como focos para la atracción de inversión productiva y de talento.
El desarrollo económico que genera una ciudad no se circunscribe, como es lógico, a sus límites territoriales, estrictamente municipales, sino que irradia su influencia a su entorno de referencia, generando flujos y economías de aglomeración.
Las ciudades no se entienden sin su marco territorial (área metropolitana, provincia y comunidad autónoma, en el caso de la división española) con el que generan sinergias, mientras que las agregaciones superiores dejan de tener sentido sin una urbe de referencia.
En la era de la información, Internet se ha impuesto no sólo como medio de comunicación, sino como herramienta canalizadora de las relaciones comerciales y de los negocios, especialmente en transacciones de valor estratégico y alta rentabilidad. Es por ello que en este contexto, resulta difícil seguir hablando de los conceptos territoriales clásicos.
El territorio ya no se estructura sólo por medio de pasillos bidireccionales que unen grandes nodos, como hiciera al principio de la era industrial. Si atendemos a criterios más propios del momento económico actual, y nos ceñimos a indicadores más cualitativos que cuantitativos, podemos determinar que, a partir de los antiguos ejes territoriales, se despliega una malla de intercomunicaciones, de intensidad variable, que gracias a las mejoras en infraestructuras y a la reducción de tiempos, se ha ido extendiendo, permitiendo una circulación reticular, y no axial, de personas y mercancías, tal y como ocurre en Internet o en nuestro cerebro con las conexiones sinápticas.
La red de comunicación territorial a la que nos referimos no descarta la configuración anterior, sino que parte de la tradicional articulación del territorio basada en ejes de fuerza, entendidos como vectores que, además de comunicar espacios entre sí, suscitan oportunidades a lo largo de su trazado. De este modo, aúnan las ramificaciones de dichos ejes, así como las potencialidades añadidas, generando una amplia red de intercambios.
Este modelo permite enlazar territorios cuyas potencialidades demográficas y económicas se sumarían para generar un espacio de contacto de gran potencia, suturando así los espacios con mejores expectativas de una comunidad autónoma, país o agregación superior.
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Este artículo ha sido redactado y publicado primero por Idees, tu consultora de marketing en Valencia
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